La redención de Osasuna se estrelló en un brazo y cuatro ojos. La mano fue la izquierda de Diego Perotti, que cometió un penalti de libro bien avanzada la segunda parte. Los cuatro ojos fueron los dos de Del Cerro Grande y los dos del asistente. Ninguno alcanzó a ver el penalti del argentino.
El Reyno de Navarra, un incendio de indignación, murió con su equipo porque vio pasión, ardor. No le vio ganar de milagro pero comprobó que el corazón rojillo sigue con latido firme después del trompazo que se llevó de Barcelona.
Quien quedó malparado otra vez fue el Sevilla, incorregible Sevilla, que volvió a pasear una imagen fantasmal por Pamplona. Sin cogerle el pulso al partido, sin personalidad y con decisiones extrañas desde el banquillo. Marcelino rotó porque en el horizonte estaba en Valencia. Hasta ahí la apuesta se le podía comprar.
Pero sus cambios resultaron diabólicos para su Sevilla (Rakitic, Kanouté y Perotti ni la vieron), que no es nadie sin Negredo, su luz constante....
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